Sentado en el sofá, frente al portátil,
miro a la derecha y veo la cama. Está deshecha, las mantas rozando el suelo,
las sábanas arrugadas… Hace poco más de 14 horas, la imagen era totalmente
distinta. Volví a la habitación tras cenar, habiendo dejado a mi niña en la
cama escuchando música. Al llegar y abrir la puerta, me sacudió la que sin duda
considero la imagen mas bella que he visto nunca. Ahí estaba ella, dormida,
tapada, una ligera sonrisa se escapa de su boca cerrada, desprendía
tranquilidad, tanto que me quedé embobado de pié, junto a la puerta, sin querer
emitir un solo sonido que pudiera despertarla.
Cada
segundo era precioso, podía oírla respirar, podía ver como se movía levemente
bajo las sábanas, podía ver su sonrisa. Y sobre todo, me sentía tranquilo,
completamente relajado, disfrutando de esa visión que otras veces había visto
pero que, cada vez, resulta igual y diferente.
De
pronto una respiración profunda y salgo de mi ensimismamiento, vuelvo a
recobrar el sentido, y no puedo más que sonreír, ampliamente, al recordar que
ella está ahí, esa es mi cama, y esta noche dormiré con ella.
Después,
vinieron empujones, un intenso olor a coco, un bocadillo de chorizo pamplona,
una mandarina, vueltas de campana (hacia delante y hacia atrás), risas, muchas
risas, y por fin, abrazados, el sueño.
Y
esto es precisamente lo que me encanta de mi niña, puedo estar de pie, embobado,
mirándola dormir, disfrutando de esa imagen que tanto me transmite, y al poco,
riendo a carcajadas hasta destrozarme la garganta. Está loca dice… ¡Y qué
suerte la mía!
No hay comentarios:
Publicar un comentario