Empiezo a soñar. La veo a ella. Pantalón amplio, camiseta y nada más. Está comoda. Está en casa. Sin mediar palabra, cojo su mano, la levanto del sofá donde está leyendo, sus ojos preguntan, yo no respondo. La llevo a la cama, la tumbo, la acaricio. Abro el armario, agarro con una mano el collar, lo abro, y se lo pongo. Me mira una última vez a los ojos. Vuelvo al armario, cojo la cuerda, la dejo sobre la cama y cierro el armario. A mi espalda, noto como su respiración se agita.
Con calma, intentando no apretar en exceso, voy atando una a una sus extremidades. Comienzo por una muñeca, unas vueltas de cuerda y un nudo, paso la cuerda bajo los listones del somier, y ato su otra muñeca. Haciendo lo mismo, bajo, con la cuerda bajo la cama, hasta uno de sus tobillos, y por fin, el otro.
Me levanto de la cama, la observo. Mantiene la mirada baja, no se mueve, su respiración está agitada, y yo, satisfecho de tenerla así. No tengo prisa. Me da igual la hora que es, no me importa cuando o qué comer, no me importa que en la calle luzca el sol o llueva. Me importa ella. Disfrutarla cada segundo, observarla, mirarla, desearla. Por supuesto, cogeré lo que es mio. Cuando quiera, tomaré lo que me corresponde. Pero aún no.
Hace frio, es lo único que estropea este momento, lo único que cambiaría de todo lo que me rodea. Pero me da igual. Eso no va a impedir que siga disfrutando de lo que tengo ante mis ojos.
Me siento sobre un lateral de la cama, la miro a la cara. La acaricio, suavemente, por una mejilla. Me acerco, le susurro algo al oido, se agita, la beso y me levanto.
Alcanzo una navaja que tengo en la mesilla, la abro, compruebo el filo y me acerco a ella. Está tranquila. Confia en mi. Está atada de pies y manos, yo estoy armado, y ella no se inmuta. Me encanta. Por una lado, la seguridad de que podré hacer con ella cuanto quiera, por otro, la responsabilidad de cuidarla y protegerla.
Con cuidado, acerco la navaja a su camiseta, y hago un pequeño corte. Después, con las manos, termino de romperla en dos. Hago lo mismo con los pantalones, la ropa queda hecha arapos, la retiro, y presto atención a lo que tengo ante mi. Su cuerpo, totalmente desnudo, a mi disposición, a mi alcance, para que haga con el lo que quiera, cuando quiera y como quiera. Nada podrá impedirmelo.
Guardo la navaja, me siento de nuevo en la cama, y comienzo a acariciarla. Paso mis manos por su cuello, la sujeto, por encima del collar, con firmeza, per sin fuerza, ella arquea levemente la espalda. Bajo mi mano por entre sus pechos, con un dedo, la rozo, sin prisa, con calma, admirando sus curvas, escuchando cada vez mas agitada su respiración. Bajo por su estómago, llego al ombligo, acaricio su pubis y bajo por las piernas. Me cuesta contenerme, pero quiero hacerlo.
Paso mucho tiempo así, mirando, tocando, acariciando... Voy aumentando la intensidad, y empiezo a pellizcarla, los pezones, los labios, le muerdo un lóbulo, la azoto con una tira de cuero en el pecho, la azoto en el coño, ella gime, con fuerza, se queja, arquea su espalda, pero le gusta... Al fin, cuando voy a acercar mi mano a su coño, cuando voy a ver y sentir lo mojada que está, me despierto.
Me despierto, pensando que, no solo es un sueño. Es una posibilidad, tan real, que, cuando quiera, la puedo convertir en realidad. Pienso que, a pesar de ser un sueño, un sentimiento, un anhelo tan extraño, es algo que sale de lo mas profundo de mi. Algo que deseo por encima de todo, sentir ese poder, sentir que esa persona que yace en la cama atada, es de mi propiedad. Sentir que, sea lo que sea que se me pase por la cabeza, puedo hacerlo. Adoro este sentimiento.
Puede que siempre haya estado dentro de mi, que siempre haya sido una parte inexplorada de mi ser, y que, ahora, haya salido a la luz. Cada dia va a mas, cada dia quiero mas, y cada dia lo cojo con mas ansia y seguridad. ¿Extraño? Mucho, pero es lo que soy. Es lo que siento, y lo que quiero seguir explorando. Porque esa sensación que me ofrece, ver a mi sumisa, atada, no me la ofrece nada que haya conocido hasta la fecha.